Alice, Frankl & Borowski

ALICE-FRANKL-BOROWSKI

Sin querer estropearle la película a nadie, quisiera comentar una de las escenas que más me ha impactado de Still Alice. Me refiero a la escena de la preparación del suicidio. La película cuenta con las extraordinarias interpretaciones de Julianne Moore y Kristen Stewart (una actriz súper talentosa que me recuerda a Brando), aunque también tiene pequeñas lagunas (demasiada armonía de cara a la tragedia para mi gusto, relaciones un tanto estereotipadas). Emotiva, dura y humana, Still Alice es una película que llega punzantemente al corazón, y que da mucho que pensar. Un dato que sólo supe a posteriori es que Richard Glatzer, director junto a su marido Wash Westmoreland, sufre de ELA (esclerosis lateral amiotrófica), la misma enfermedad degenerativa que padece Stephen Hawking desde hace 50 años. En la película, Alice, una mujer brillantemente intelectual que acaba de cumplir 50 años es diagnosticada de Alzheimer precoz. Tras visitar una residencia para enfermos de Alzheimer, graba un vídeo donde se dirige a ella misma (a la Alice que ya no podrá recordar ni el nombre de su hija mayor) con unas instrucciones muy claras para suicidarse. La Alice que aún es Alice le dice a la Alice del próximo año, una Alice que perderá la lucidez, con un tono claro como quien le habla a un niño, que vaya a su habitación, coja un frasquito lleno de somníferos, se los tome, se estire en la cama y se duerma. Alice le dice a Alice: “Hi Alice, I am you and I have a very important thing to tell you. So I guess you’ve reached that point. The point where you can no longer answer any question. So, this is the next logical step. I am sure of it. In your bedroom there is a dresser with a blue lamp. O-P-E-N the top drawer. At the back of the drawer there’s a bottle with pills in it. It says ‘take all the pills’. Now, there is a lot of pills in that box, but it’s very important that you swallow them all. And then lay down and go to sleep“.

Por solidaridad a aquellos que aún no hayan visto la película, no voy a contar qué sucede un año más tarde, cuando Alice ya ha perdido casi todas sus facultades mentales y abre por pura casualidad el fichero de su ordenador donde se halla el vídeo. De lo que sí quiero hablar es de la idea del suicidio. Y de este tipo de suicidio, que es un suicidio premeditado, sin angustia ni desesperación, decidido por alguien que, fríamente, escoge la muerte a la vida. Alice, al grabar el vídeo, piensa que el suicidio es “the only logical step“; está convencidísima. El problema y duda aparecen cuando la otra Alice, la que verá el vídeo, ya no será la misma persona que antes, puesto que habrá perdido la capacidad de elegir. ¿Es still Alice? Alice no le comenta a nadie su deseo de morir cuando ya no pueda ser ella misma. Pero mi pregunta es: ¿qué hubiera hecho su familia, una familia que la quiere, si hubiera conocido su deseo? ¿Sus hijos, su marido la hubieran ayudado a suicidarse respetando así su elección? Seguramente, no. ¿No es eso acaso egoísmo? Tal vez, pero el amor es también egoísmo. Por otro lado, ¿no es acaso egoísmo suicidarse sabiendo que hay gente que nos quiere y que sufrirá con nuestra muerte? Yo antes siempre había defendido la idea del suicidio. Pensaba que hay cosas demasiado horribles que nos pueden tocar vivir que pueden ser demasiado grandes para soportarlas, y que, delante de tanta tristeza y sufrimiento, es mejor la muerte que la vida. Ahora ya no estoy tan segura. ¿Y qué hay de la gente que nos quiere y que no quiere que muramos? ¿No es acaso un insulto dejarles y hacerles ver que ni siquiera ellos valían más que la muerte?

Viktor Frankl, psiquiatra y filósofo que sobrevivió a los horrores de Theresienstadt, Auschwitz, Kaufering y Türkheim (dos campos pertenecientes al complejo de Dachau) escribió justo después de la guerra un librito profundo y espeluznante titulado …trotzdem Ja zum Leben sagen. Ein Psychologe erlebt das Konzentrationslager (publicado en 1946 y traducido al inglés por Man’s search for meaning y al español por El hombre en busca de sentido) que fue un verdadero bestseller[1]. La filosofía de Frankl es un sí a la vida, incluso en las situaciones más terribles. Frankl, rodeado de horror, crueldad y desesperación en las barracas de los inhumanos campos de concentración (donde fue becado durante 3 años por ser judío), dio muchísimas charlas entre moribundos y esqueletos vivientes en contra del suicidio y a favor de la vida. Frankl estuvo en las filas de los hombres que, tras un siniestro movimiento de dedo de un SS, eran llevados a la fila de la derecha (trabajos forzados) o a la fila de la izquierda (cámara de gas), vio a jóvenes y viejos destrozados por la violencia, el hambre y las enfermedades, y a prisioneros que se rendían y decidían no levantarse más a pesar de los golpes de los kapos, y que allí se quedaban, en medio de sus heces y su orina, donde morían al cabo de 48 horas. Frankl decidió seguir adelante y no rendirse jamás. Su hermana, la única superviviente de su familia, emigró a tiempo a Australia. Su madre fue gaseada en Auschwitz, su padre pereció en Theresienstadt, su mujer, en Bergen-Belsen y su hermano, en Auschwitz.

Según Frankl, cuando al hombre se le ha quitado todo, le queda, en su sufrimiento, la posibilidad de abrazar este sufrimiento con una dignidad interior. Frankl no defiende el sufrimiento innecesario (aquél que sufre innecesariamente es patológicamente masoquista y nunca un héroe), sino que llama a encontrarle un sentido al sufrimiento incluso cuando este sufrimiento es irremediable y conlleva la muerte segura. Sea cual sea nuestra situación, siempre nos quedará la libertad de escoger cómo afrontamos nuestro sufrimiento. El enfermo terminal no puede escoger no morir, pero puede escoger morir con dignidad, aprender algo en sus últimos días y encontrar un sentido último a su vida: “even the helpless victim of a hopeless situation, facing a fate he cannot change, may rise above himself, may grow beyond himself, and by so doing change himself. He may turn a personal tragedy into a triumph[2]. Aunque sea imposible cambiar una situación trágica que se está viviendo, sí que es posible cambiar la actitud con la que se vive esta situación trágica.

Tadeusz Borowski ganó la “beca Hitler” a los 21 años por ser polaco y sobrevivió a los horrores de Auschwitz, Natzweiler-Struthof y Dachau. Dachau fue liberado el 1 de mayo de 1945, cuando Borowski tenía 22 años y medio. En 1947 publicó 5 historias cortas bajo el título Pożegnanie z MariąAdiós a María– (publicado en inglés bajo el título This Way for the Gas, Ladies and Gentlemen –título de una de las historias–). Cuatro años más tarde, el 1 de julio de 1951, se suicidó. ¿Y cómo lo hizo? Nada menos que inhalando gas. Su mujer acababa de dar a luz 3 días antes. La trágica historia de Borowski es espeluznante. ¿Cóme es posible que después de haber sobrevivido a la barbarie, haya escogido la muerte y, especialmente, con gas? Gran final para una película de terror.

En 1983, Frankl dio una charla en Alemania sobre la cual escribió luego un ensayo titulado “The Case for a Tragic Optimism”. El mensaje principal de Frankl es que la vida tiene sentido siempre, sean cuales sean las condiciones bajo las que se vive: “life is potentially meaningful under any conditions, even those which are most miserable[3]. Frankl defiende un trágico optimismo: un optimismo a pesar de la “tríada trágica” de la vida (como se define en logoterapia y en el análisis existencial): el dolor, la culpa y la muerte. Lo más importante, dice Frankl, es hacer de cada situación la mejor situación posible. La tríada trágica nos da diferentes oportunidades: el dolor nos da la oportunidad de transformar el sufrimiento en un logro o éxito; la culpa nos da la oportunidad de cambiar para mejor; y la muerte y la transitoriedad de nuestra vida nos dan la oportunidad de tomar responsabilidad en nuestras acciones. Como buen existencialista, Frankl se pregunta: “is not this transitoriness a reminder that challenges us to make the best possible use of each moment of our lives?[4].

Según Frankl, la felicidad humana no consiste en poseer la felicidad, sino en la búsqueda de una razón para ser feliz, es decir, en la búsqueda de un sentido para vivir. Siempre y cuando el hombre encuentre un sentido a su vida estará alejado del suicidio. La persona que se suicida, según Frankl, no ha encontrado o ha perdido el sentido de su existencia. La logoterapia o análisis existencial enseña que hay tres maneras de encontrar el sentido de la propia vida: el primero, mediante la creación de una obra o haciendo algo que tenga interés para nosotros; el segundo, mediante la experiencia del amor; y el tercero, aprendiendo de cada situación. Frankl cuenta que lo que hizo que él sobreviviera al horror (junto a una terrible y macabra suerte, ya que ahí nadie vivía sin que muriera otro) fue el deseo de escribir un libro que tenía en mente y, sobre todo, el deseo de volver a ver a su mujer.

Volviendo a Alice: una persona querida por su familia, condenada a la pérdida de sus facultades (primero mentales y luego físicas) ¿ha perdido realmente el sentido de su existencia? ¿No le queda, aunque sea, el amor? Nadie dijo que la vida fuera fácil, y hay situaciones objetivamente terribles, como la muerte de alguien querido, una enfermedad terminal o una guerra, pero, puesto que todos vamos a morir, ¿por qué no disfrutar del amor de los seres queridos el máximo tiempo posible?

El judaísmo, el cristianismo y el islam condenan el suicidio porque lo consideran un insulto contra Dios. El suicidio, como insulto, podría ser, en última instancia, considerado un atentado contra el hombre, nunca contra Dios, ya que Dios es tan sólo el residuo de un ser imaginario sostenido por aquellos que, como los niños, prefieren seguir creyendo en cuentos de hadas por miedo a la muerte, a la libertad y a la finitud. La creencia en una falsa inmortalidad es el alto precio que el hombre encadenado por una educación religiosa, por terror o por una gran imaginación paga por no aceptar la finitud de su minúscula e insignificante existencia. La vida es corta y única, ¿por qué acortarla más? Por miedo al sufrimiento, al dolor, a la humillación y a la desesperación, dirán los que sufren, y tal vez tengan algo de razón. El debate del suicidio sigue abierto. Pero no olvidemos que no estamos solos en el mundo y que, incluso si ya no nos queremos más y nuestra mísera vida ya no tiene sentido, es muy probable que para unos pocos nuestra mísera vida siga teniendo sentido, porque somos queridos. Somos queridos y lo seguiremos siendo hasta que la muerte nos llegue, irremediablemente, a todos.

Antonia Tejeda Barros, Madrid, 24 de enero 2015

Publicado en Humano, creativamente humano el 1 de marzo de 2015

BIBLIOGRAFÍA

Frankl, Viktor, “The Case for a Tragic Optimism” (Postcript 1984), en Man’s Search for Meaning, Massachusetts, Beacon Press, 2006, pp. 137–154

NOTAS 

[1] En el Prefacio a la edición inglesa de 1992, Frankl recalca que el libro ha sido traducido a 21 idiomas y ha contado con 100 ediciones inglesas (de las que se han vendido 3 millones de ejemplares). En el 2006, se habían vendido 12 millones de ejemplares en los 24 idiomas traducidos hasta el momento.

[2] Frankl, “The Case for a Tragic Optimism” (Postcript 1984), en Man’s Search for Meaning, p. 146

[3] Frankl, “The Case for a Tragic Optimism” (Postcript 1984), en Man’s Search for Meaning, p. 137

[4] Frankl, “The Case for a Tragic Optimism” (Postcript 1984), en Man’s Search for Meaning, p. 150

About Antonia Tejeda Barros

Mother of three, sister, wife, Holocaust researcher, Doctor in Philosophy (UNED, Madrid, cum laude), MA in Philosophy (UNED, cum laude), Bachelor of Arts (Early Music, Recorder and Pedagogy, Koninklijk Conservatorium, The Hague), fibromyalgia warrior, and Woody Allen fan
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